Las ratas del cementerio : (TERCERA PARTE) Desde el monte que albergaba el cementerio, las luces de Salem tintineaban entre la lluvia. Tomó la linterna y se agachó para comprobar los cierres del ataúd. Entonces se quedó paralizado. Había escuchado un murmullo frenético bajo sus pies, como si algo se revolviera bajo la tierra. Por un instante experimentó un miedo supersticioso, que no tardó en volverse cólera al entender lo que aquellos sonidos significaban. ¡Las ratas le habían ganado de nuevo!

Furioso, rompió los candados del féretro, metió la pala y haciendo palanca, logró levantar la tapa. Encendió su luz y la dirigió al interior. Estaba vacío. Masson notó como algo se movía con sigilo en la cabecera y la alumbró. Aquel rincón de la caja había sido agujereado y el hoyo se abría ante lo que parecía ser un pasadizo, por él vio desaparecer un pie rígido, envuelto en su respectivo zapato. Las ratas le habían ganado únicamente por unos minutos.

las ratas

Se inclinó y tiró del zapato con fuerza. Al caer dentro del ataúd, la linterna se apagó con violencia. Sintió como el zapato se le escurría de las manos de golpe, bajo el eco de unos chillidos frenéticos y agudos. Masson tomó la linterna y la dirigió hacia el orificio.

Era muy grande. Debía ser así pues de otro modo, no habrían podido robar al muerto. Trató de imaginar el tamaño que tendrían esas ratas, si eran capaces de llevarse un cuerpo humano. Le alivió saber que tenía su revólver cargado, a la mano.

Si hubiera sido el cuerpo de una persona cualquiera, Masson se lo habría dejado a esas alimañas antes de entrar por ese claustrofóbico túnel; no obstante, al pensar en el costoso alfiler de corbata, con una perla auténtica, y en los gemelos de sus muñecas. No lo pensó. Se colocó la linterna en el cinturón y avanzó por la madriguera. Era muy angosta. Delante de él veía como las suelas de los zapatos se alejaban en dirección el fondo de la galería. Intentó seguirlas lo más rápido que le fue posible, pero en instantes se sentía incapaz de seguir, oprimido por las paredes subterráneas.

El hedor del cuerpo había impregnado el aire, impidiéndole respirar. Fue ahí cuando se dijo que, si no lograba alcanzarlo, volvería. El terror sacudía su imaginación pero la codicia lo impulsaba a seguir adelante. Así que siguió, pasando de largo por otros túneles. Los muros del pasadizo estaban pegajosos y húmedos. en un par de ocasiones escuchó como la tierra se desprendía tras él, haciéndole mirar sobre el hombre. No pudo ver nada hasta que alzó la linterna. El lodo había obstruido el pasaje casi por completo.

La peligrosa situación hizo latir su corazón con fuerza, revelándole una verdad espantosa. No quería pensar en un hundimiento. Optó por dejar de lado su objetivo, aun cuando casi alcanzaba el cuerpo y a los temibles seres que lo transportaban.

Sin embargo había otro detalle, uno en el que no había pensado: la madriguera era demasiado angosta como para que pudiera darse vuelta.

Sintió pánico y entonces se acordó del túnel lateral por el que acababa de pasar, retrocediendo con dificultad hasta ahí. Metió las piernas y consiguió darse vuelta. Se arrastró con desesperación a la salida, ignorando el dolor de sus rodillas. Entonces sintió una punzada en su pierna. Unos dientes afilados traspasaban su carne. Pataleó com frenesí para escapar de sus atacantes y escuchó un chillido intenso, seguido por el murmullo apresurado se patas que emprendían la huida.

Dirigió la linterna hacia atrás y se estremeció de terror: varias ratas lo observaban con atención, sos ojos malévolos relucían ante la luz. Estaban deformes y eran del tamaño de gatos. Tras ellas, una silueta oscura se desvaneció en la penumbra, pero eso no le impidió sentir miedo ante sus descomunales proporciones. La luz detuvo a los roedores por un instante, antes de que volvieran a acercarse con cautela, con los dientes pintados de escarlata.

Masson sacó su pistola con dificultad y apuntó. No se encontraba en una buena posición. Tuvo cuidado de apuntar hacia las zonas húmedas del túnel para no lastimarse. El impacto lo ensordeció unos momentos. Luego, en cuanto el humo se disipó, verificó que las ratas no estaban. Guardó el arma y volvió a reptar con rapidez por el pasadizo. Más no tardó en volver a escuchar como las alimañas corrían, abalanzándose sobre él. Invadieron sus piernas, mordiendo y chillando con locura. Masson gritó al tiempo que cogía la pistola. No se disparó de milagro. Sin embargo, las ratas no retrocedieron tanto esta vez.

Él aprovechó para arrastrarse tan rápido como podía. preparado para abrir fuego ante el siguiente ataque. Escuchó el movimiento de sus patas e iluminó nuevamente con la linterna. Una gran rata grisácea se detuvo para mirarlo, moviendo sus bigotes y balanceando su repugnante cola, de lado a lado. Le disparó y se retiró corriendo.

Siguió reptando. Se había parado a descansar un segundo, al lado de la entrada de otro un túnel, cuando se percató de un bulto extraño bajo la tierra húmeda, a pocos pasos de él. Pensó que era un montículo que se había desprendido del techo, hasta que vio que se trataba de otro cuerpo humano. Una momia seca y arriada, que se movía hacia él.

Bajo la luz de la linterna, contempló su cara horrible a pocos centímetros de la suya. Era un rostro descarnado, el semblante de un cadáver que había estado enterrado largos años, reanimado por aquellas criaturas infernales. Sus ojos estaban hinchados y vidriosos, expresando su ceguera. Al encontrarse con Masson, el cuerpo emitió un gemido lastimero a través de sus labios podridos, que formaron una mueca hambrienta. A Masson se le heló la sangre. Cuando aquel cuerpo estaba por alcanzarlo, se introdujo a toda prisa por el túnel lateral.

Escuchó que arañaban la tierra bajo sus pies y el gruñido perplejo de la rata que lo seguía. Masson miró hacia atrás, gritó e intento escapar aterrorizado a través de la madriguera. Se arrastraba torpemente, mientras las piedras le abrían heridas en rodillas y manos. El lodo le cubría los ojos, más no se atrevió a parar un solo segundo. Siguió corriendo a gatas, gimiendo, rezando y dejando escapar maldiciones.

las ratas

Las ratas chillaron victoriosas y se le fueron encima con miradas voraces. Masson por poco y se rindió ante sus dientes, pero una vez más consiguió liberarse de ellas. Lleno de pánico, se sacudió, gritó y disparó hasta quedarse sin municiones. Había ahuyentado a las ratas.

Entonces vio que se encontraba debajo de una gran piedra, que enclavada sobre el túnel, presionaba dolorosamente su espalda. Vio que se movía y tuvo una idea: ¡si lograba hacer caer, bloquearía el túnel!

La tierra estaba mojada. Se incorporó y empezó a remover el barro que sostenía la roca. Las ratas se acercaban, podía ver como brillaban sus ojos ante el destello de la linterna. Continuó cavando, desesperado. La piedra estaba cediendo. Le dio un tiró y la arrancó de sus cimientos. Las ratas estaban cerca… era el enorme roedor con el que se había topado antes. Gris, asqueroso, avanzaba exhibiendo sus dientes deformes. Masson volvió a tirar de la roca y sintió como resbalaba. Entonces volvió a arrastrarse por el túnel, mientras la piedra se derrumbaba a sus espaldas, provocando un inesperado chillido de agonía.

Este relato continuara el sábado de la siguiente semana, No dejes de visitarnos y disfrutar el final de este escalofriante artículo. «Las ratas del cementerio «