Los jilgueros desatan su canto melodioso en esta mañana invernal, observan cómo las hojas secas son barridas por el viento. Disfrutan del sol, contemplan las demás aves que vuelan por el cielo sin preocupaciones y libres de todo prejuicio. Ni quedan atadas en al pasado, ni están pendientes del futuro. Sólo se ocupan de vivir el presente, respirar, volar, conseguir su comida, tomar agua y seguir volando. Nada las perturba ni las inquieta. Cuando se encuentran con dificultades por el clima, esto las fortalece, les enseña la supervivencia. Tienen la capacidad de transformar el obstáculo en fortaleza.

Necesitamos aprender de los animales. Necesitamos estar atentos a ellos, empezar a escucharlos. Esto se logra abriendo el corazón, observándolos, copiando sus gratitudes, imitándolos en su forma de vivir y amar a los demás y sobre todo, dejándonos guiar por la intuición.

Acerquémonos a los animales.

Una caricia, un sonido, una mirada puede mostrarnos el infinito.

Ellos no tienen más que amor. Son incondicionales felices y agradecidos.
Son. Sin miedos, ni ataduras, ni ego. Simplemente son.

Como los animales, seamos.