Leyendas africanas:

A continuación te presentamos un conjunto de las leyendas africanas más conocidas. ¿Serán ciertas?…Síguenos leyendo.

 La leyenda de Seetetelané

Seetetelané, es un pequeño cuento que nos ofrece una moraleja que indica la necesidad de respetar a los demás y las contribuciones que hacen a nuestra vida. También es un aviso para evitar la embriaguez y de cara a evitar no echar por lo borda toda lo que hemos conseguido por mera arrogancia.

Érase una vez un hombre de gran pobreza que tenía que cazar ratones para sobrevivir y que carecía prácticamente de todo, siendo sus ropas tejidas a partir de la piel de los animales que cazaba y pasando a menudo frío y hambre. No tenía tampoco familia ni pareja, y pasaba su tiempo cazando o bebiendo.

Un día, mientras cazaba ratones, encontró un enorme huevo de avestruz que pensó en comerse más adelante. Lo llevó a su casa y lo escondió allí antes de volver a buscar más comida. Cuando volvió, tras haber conseguido solo dos roedores, se encontró con algo verdaderamente inesperado: tenía una mesa puesta y preparada con carne de cordero y pan. El hombre, viendo las viandas, se preguntó si se habría casado sin saberlo.

En ese momento del huevo de avestruz salió una hermosa mujer, que se presentó como Seetetelané. La mujer le indicó que permanecería con él como su esposa, pero le advirtió que jamás la llamara hija del huevo de avestruz o se desvanecería para no volver jamás. El cazador prometió no volver a beber para evitar llamarla jamás de ese modo.
Leyendas africanas

Pasaron los días juntos y felices, hasta que un día la mujer le preguntó si le gustaría ser jefe de tribu y poseer toda clase de riquezas, esclavos y animales. El cazador le preguntó si podía proporcionárselos, a lo que Seetetelané rió y con un golpe de su pié abrió el suelo, saliendo de él una gran caravana con todo tipo de bienes, servidores, esclavos y animales.

Además, la mujer le hizo ver que se había vuelto joven que sus ropas eran cálidas y valiosas. También la casa se había transformado en otra, pasando de ser una choza a un hogar de piedra repleta de pieles.

Pasó el tiempo y el cazador hizo de líder para los suyos durante un tiempo, hasta que en una celebración el hombre empezó a beber. Debido a ello empezó a comportarse de manera agresiva, a lo que Seetetelané intentó calmarlo. Pero este la empujó y la insultó, llamándola hija de un huevo de avestruz.

Esa misma noche, el cazador sintió frío, y al despertar vio que ya no quedaba nada más que su antigua choza. Ya no era líder, no tenía animales ni sirvientes, ni sus ropas eran cálidas. Y ya no tenía a Seetetelané. El hombre se arrepintió de lo que había hecho y dicho. Unos pocos días más tarde, en parte debido a que se había acostumbrado a un nivel de vida mejor, el hombre enfermó y murió.

La leyenda Ayana y el espíritu del árbol

Las personas que se nos han ido han sido y son de gran importancia en nuestra vida, marcándonos duramente. Algunas culturas establecen la posibilidad de contactar con aquellas personas que ya han fallecido, Un ejemplo de ello lo encontramos en la segunda de las leyendas africanas. La leyenda de Ayana y el espíritu del árbol.

Dice la leyenda que había una vez una joven niña de nombre Ayana que había perdido a su madre, y que pese a ser dulce y buena únicamente tenía como compañía a un padre ausente a una madrastra acosadora.

La niña acudía todos los días al cementerio a hablar a con su madre, a la cual oía suavemente. Un día, al lado de la tumba de su madre vio un pequeño árbol, que con el paso del tiempo fue creciendo hasta dar frutos. La voz de su madre sonó en aquel momento, indicando que se los comiera.

La joven disfrutó del sabor, y decidió llevarles algunos a su padre y madrastra. Esta última le exigió saber de dónde había sacado el fruto, ya que lo deseaba para sí. Ayana la llevó, pero el árbol alejaba sus ramas de la mujer y solo permitía que la niña lo tocara. Ello hizo que la madrastra ordenara a su marido cortar el árbol.

Tras ello la niña siguió volviendo a ver la tumba de su madre, de la cual otro día vio crecer una calabaza de impresionante sabor. Esta poseía un néctar que recordaba a Ayana el afecto de su progenitora. Pero un día la madrastra la vio y la siguió, y tras probar el néctar y comprender por qué los últimos días la niña estaba tan feliz decidió destruirla.

Otro día y una vez había descubierto la destrucción de la calabaza, Ayana descubrió la presencia de un riachuelo de características semejantes. En esta ocasión la madrastra tapó con tierra el río. La niña decidió alejarse a partir de entonces de la tumba, por miedo de que la madrastra llegara a destruirla.

Pasaron los años y la niña se hizo mujer, de la cual se enamoró otro joven al cual ella correspondía. Sin embargo la madrastra le exigió al joven que demostrara ser digno de Ayana, para lo que le mandó cazar doce búfalos.

Ayana le contó la historia a su novio, el cual decidió ir a ver al árbol, y allí tras ver los restos del árbol cortado. Le pidió permiso a la madre de Araya para casarse, algo que le fue concedido y que el joven notó como una sensación de beneplácito y bienestar al coger la madera: el beneplácito de la madre de su futura esposa.

De la madera del árbol el joven hizo un arco, el cual le ayudó a abatir a los doce animales. Así, Araya y su marido pudieron llegar a casarse independientemente de la opinión de la madrastra.

Esperamos que haya sido de tu agrado nuestro artículo “Leyendas africanas”. Espera nuestra segunda parte próximamente. ¡Hasta la próxima!.