La industria de la televisión, como el resto del sector de la comunicación, está inmersa en un proceso de cambio profundo. Que afecta a su naturaleza y que la enfrenta al reto de responder a los hábitos y demandas de los nuevos consumidores.

La televisión, centro monopolizador del ocio en el hogar durante muchos años, busca su sitio en el «nuevo entorno digital». Trata de reconocerse en él y de hacer frente a los requisitos que el nuevo usuario exige: inmediatez, ubicuidad y disponibilidad absoluta de contenidos.

La televisión ha cambiado

La televisión ha cambiado. No ha muerto como muchos aseguran, pero ha mutado. Está en un proceso de transformación se irá acentuando con los años, con los meses, cada día, cada minuto. Y si no, que se lo pregunten a los responsables de las cadenas.

El despliegue de infraestructuras de banda ancha fijas, móviles y de satélite. La digitalización y miniaturización de equipos y sistemas. La introducción generalizada de todo tipo de dispositivos y terminales en las casas, ha modificado toda la cadena de valor de los contenidos. Hay nuevas formas de crear, de distribuir, de administrar.

A los agentes tradicionales -cadenas de televisión, productores, anunciantes, agencias y centrales de publicidad, operadores de redes de radiodifusión- . Se han sumado en el tablero fabricantes de software y hardware, agregadores de contenidos, redes sociales, buscadores.

Google, Youtube, Facebook, Tuenti, Sony, Microsoft, Nokia, Samsung. Todos se desplazan por la cadena de valor constantemente, adecuándose a los cambios. Alterando todo el paisaje y forzando nuevos movimientos corporativos y tecnológicos. Junto a ellos, los usuarios, tradicionales consumidores pasivos de contenidos son ahora productores, editores y distribuidores. Parte activa de un negocio convergente, interactivo y participativo.

El nuevo consumidor

Demandan cada día más integración, convergencia, interacción. Si ellos son capaces de hacer más de una cosa al mismo tiempo, ¿cómo no lo van a hacer las máquinas?. Quieren que sus dispositivos permitan recibir contenidos en directo y a la carta, como descarga o en streaming, verlos, compartirlos y comentarlos.

Como premisa inicial, el perfil del nuevo consumidor digital es radicalmente distinto al de hace unos años: demanda el contenido cuando él quiere (multidifusión). De la manera que le guste (multisoporte) y donde él decide (multicanal). Y si un grupo audiovisual no es capaz de hacer frente a esa demanda, el consumidor lo busca y encuentra en otros sitios. Consciente de ese perfil, la industria electrónica ha puesto el foco en aparatos que basan su fuerza en la conectividad. Dos ejemplos: los smartphones y las tablets.

La diferenciación clásica del audiovisual en base a la tecnología y la red empleada para distribuir los contenidos ha saltado por los aires. Y el nuevo modelo obliga a los protagonistas habituales -radiodifusores, cableoperadores, operadores de satélite-. A entenderse con nuevos actores con capacidad de ofrecer nuevas propuestas, alternativas y/o complementarias. Como la televisión IP, la televisión en el celular, la TV en Internet, el V.O.D (Video On Demand).

Revolución tecnológica

Ha comenzado una revolución que se cobrará bajas, provocará acuerdos, alianzas y luchas muy cruentas. Derivará en un nuevo orden y establecerá nuevas normas en territorios colaterales. Como la publicidad, la medición de audiencias, la producción. Y elevará a los altares el contenido, segmentado, personalizado, de valor. Para el que lo consume, comparte, comercializa y distribuye.

Son tiempos de nuevos usos y utilidades. Los modelos de negocios están cambiando. La nueva era audiovisual no ha hecho más que empezar y se vislumbra apasionante. Ciertamente estamos en un momento de inflexión tecnológica para el mundo de la difusión de televisión . Y que por la propia incertidumbre generada por la aparición de nuevos actores genera un acalorado debate acerca del futuro de la TV.

Un informe reciente de The Economist titulado “Changing the channel” resumía la situación asegurando que la televisión es extremadamente eficaz en mantener la atención de un gran número de personas para largos períodos de tiempo, y aunque otros gadgets pueden distraer a la gente del televisor, no será tanto como la capacidad de la televisión de distraerlos de todos los nuevos aparatos.

Cuando los fabricantes de televisores hablan de sus nuevos prodigios pensados por sus ingenieros cada vez se refieren menos a la capacidad para ver la televisión y más a cualquier otra funcionalidad, entre ellas, la conexión con otros seres humanos a través de Internet.

La televisión no pasa de moda

Pese a todo, la televisión cuenta todavía con muy buena salud. De los medios tradicionales es el que mejor está resistiendo esta crisis quizá porque sigue siendo una de las fuentes principales de entretenimiento y no va a ser tan sencillo que pierda su trono: ha sido, es y puede seguir siendo el centro de ocio tradicional de los hogares.

En el medio de todo este complejo sistema se encuentra el contenido. Sin él no hay marca ni experiencia de usuario, ni valor al que agarrarse. Con una novedad: el comportamiento del nuevo usuario es interactivo, no se limita a consumir, sino que participa, se involucra en lo que está haciendo. El contenido debe estar disponible para todo el que quiera acceder a él, independientemente de la plataforma. Y una obviedad es que las empresas audiovisuales se dedican a hacer y distribuir ese contenido: series, programas, vídeos musicales, películas, informativos y formatos nuevos, en sus múltiples formas y presentaciones posibles.

De esta forma, las sinergias entre televisión e Internet son cada vez mayores. Desde la retransmisión de eventos deportivos en directo a la emisión de los Informativos y su posterior almacenamiento en el .site para que el usuario, con la idea de «Mirá nuestro contenido como quieras y cuándo quieras, no dependas del rigor de una grilla televisiva”.

La televisión y las redes sociales

La modificación de los modelos de generación de contenidos; la fragmentación de las audiencias; la importancia de las redes sociales y la interactividad con el contenido, el cambio de pantallas donde ver el contenido; la presencia de nuevos competidores no tradicionales; la viralidad en el envío de la información son algunos de los cambios a los que la TV le hará frente en un futuro tan cercano que ya es presente.

Paralelamente, por su propia configuración global, abierta y estandarizada, Internet resulta un canal inigualable como medio de comunicación de masas, al que suma la enorme capacidad de fragmentación que ofrecen las comunicaciones electrónicas y con una penetración superior a la mitad de los hogares en la mayor parte de las economías desarrolladas de todo el mundo. El punto está en que, como medio de comunicación, Internet funciona como “desintermediador”, pero no sólo desde el punto de vista de los procesos, sino también para el objeto de la intermediación: la información y el entretenimiento, dos bienes intangibles de gran valor, con orígenes distintos y canales de distribución diferenciados que, por vez primera vez, se encuentran cara a cara en Internet. Esa desintermediación que proporciona Internet coloca en igualdad de condiciones a la televisión clásica, los contenidos de YouTube, el V.O.D y a cualquier proveedor de canales temáticos con las grandes cadenas.

Y reiteramos: esto recién empieza. Queda mucho por ver y por descubrir en la carrera donde los contenidos y la tecnología corren paralelos, en busca de alcanzar a un público tan mutable como los medios que se utilizan para llegar a él.