Cuanto más consciente nos volvemos, más profundizamos nuestra relación con las palabras que elegimos usar.

Las palabras llevan energía y esto le da al lenguaje su poder y su potencial para sanar o herir. La mayoría de nosotros puede recordar que alguna vez alguien dijo algo que nos acompañó por mucho tiempo. Puede que haya sido la primera vez que recibimos un cumplido verdaderamente precioso, o el momento en que alguien nos dijo algo hiriente. Esta experiencia nos recuerda que lo que decimos tiene peso y poder y que ser conscientes significa ser conscientes de cómo usamos las palabras.

Cuanto más conscientes nos volvemos, más profundizamos nuestra relación con las palabras que usamos para hablar desde un lugar donde realmente sintamos lo que estamos diciendo. Comenzamos a reconocer que las palabras no son entidades abstractas, desconectadas, utilizadas sólo para transmitir significado; son poderosos transmisores de sentimientos. Durante los próximos días, quizás quieras practicar notando cómo las palabras que decis y escuchas afectan tu cuerpo y estado emocional. Observa cómo te hacen sentir los diferentes estilos de comunicación de la gente a tu alrededor. También, es preciso prestar atención a nuestras propias palabras y cómo afectan a nuestro entorno.

Podes notar que cuando hablamos rápidamente, sin pensar, o nos apresuramos a “vomitar” nuestras ideas, nuestras palabras no tienen el mismo poder que cuando hablamos lento y con confianza, permitiendo a aquellos que reciben nuestras palabras, tiempo y espacio para tomarlas. Cuando escuchamos atentamente a los demás antes de hablar, nuestras palabras tienen más integridad, y cuando tomamos tiempo para centrarnos antes de hablar, realmente empezamos a aprovechar el poder del habla. Entonces nuestras palabras pueden ser mensajeros inteligentes de curación y luz, transmitiendo sentimientos profundos y positivos a quienes las reciben.